lunes, 29 de diciembre de 2008

Pensamientos...

"Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla"

Confucio

"Para lucir hay que sufrir"

Refrán español

sábado, 27 de diciembre de 2008

DESESTRUCTURACIÓN DE LA ESTRUCTURA ESTÉTICA: 
EL ARTE SIN EL ARTE

Se da la salud cuando hay en el cuerpo unidad armónica,
la belleza cuando la unidad mantiene unidas las partes,
y la virtud en el alma cuando la unión de las partes resulta de un acuerdo.
PLOTINO (Enéada VI, Sobre el Bien o el Uno)

¿Qué es lo bello? Nietzsche escribió que en lo bello, el hombre se establece a sí mismo como criterio de perfección. El filósofo alemán no consideró lo bello en sícomo un concepto sino como una apreciación inestable y humanizada. No existe lo bello en sí, solamente la cuestión de la belleza obedece a un relativismo narcisista. Así los griegos construían sus templos según una percepción de equilibrio referida a lo humano. La concepción de la belleza indudablemente es un juicio humano que, en determinados casos, busca su reflejo en lo propiamente humano, pero en otros casos en la Naturaleza, en Dios o en el Universo, por ejemplo. Más allá de esas referencias el criterio nunca dejará de ser susceptible de la mirada estética que en última instancia siempre será humana y en consecuencia alterable.

Una de las funciones principales y más empleadas del arte es la representación de la belleza, es decir, el intento de mostrar o de capturar lo bello. Esta función o característica es ciertamente moderna teniendo en cuenta que el ‘intento’ es una acción consciente. Pero cuando el artista no ‘intenta’ representar la belleza es también potencial portador de ella y en su obra podrá percibirse o vislumbrarse sólo si participa en la estética, esto es, en la percepción o apreciación humana de la belleza. El artista es portador, de este modo, de una belleza ya sometida a juicio, una belleza creada, asimilada, con una historia y una anatomía concreta. La concepción de la belleza es también relativa en el tiempo. Por eso, cuando el llamado ‘arte moderno’ intenta la ruptura de los criterios estéticos diacrónicos no nos queda más remedio que formular otra teoría de la estética que se adapte a esa llamada ‘belleza’. Y este es el debate de nuestro tiempo: ¿qué es lo bello, entonces? Ni siquiera el arte siempre ha pretendido la belleza ni lo pretende ahora, así que convendría dejar a un lado la discusión sobre el arte como instrumento de representación de la belleza para tratar de definir lo bello en sí: ¿cómo puede existir un medio de expresión de la belleza si ésta es inexpresable en la teoría? Una de las causas de este intento de definición frustrada la encontramos en el arte moderno: en la desestructuración de la estructura estética. Así defino, con estas palabras, un fenómeno natural que se sostiene precisamente en la incapacidad de sostener la tradición estética. Este fenómeno ocurre con periodicidad desde siempre pero donde se hace más evidente es a partir del siglo XX y no es producto primero del arte y de sus posibilidades, sino del hombre, como apuntaba Nietzsche, del hombre: que se establece a sí mismo como criterio de perfección. Ortega no se refirió a la deshumanización del arte como una posibilidad más del arte, sino como una consecuencia revelada en una introspección artística en el arte cuyo resultado es una obra que no refleja lo humano sino una especie de ‘nuevo Prometeo’ llamado Arte. Este arte se emancipa de las características humanas que lo desatan, como Frankenstein, y se pregunta indirectamente por él mismo, por su naturaleza y destino. No es un meta-arte ya que no tiene por qué establecer un discurso sobre sí mismo puesto que su característica esencial es la ausencia de discurso como en Frankenstein la ausencia de alma. No es el arte por el arte de los románticos alemanes sino el arte sin el arte.

Volvemos a preguntarnos: ¿qué es la belleza? Y la pregunta sigue sin respuesta al igual que si nos preguntásemos: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, etc. Los discursos se agotan y no por necesidad sino, todo lo contrario, por diversidad. Los discursos se agotan (No nos quedan más comienzos nos afirma George Steiner) porque el hombre está agotado de inventarse expresiones sobre la expresión inexpresable. No hay belleza que no sea humana, ni siquiera la belleza divina, esa que atribuimos a nuestro anhelo más necesario y que llamamos ‘perfección’. Podríamos aceptar, como Schopenhauer, que la vida nunca es bella y únicamente son bellos los cuadros de la vida. Podríamos pensar únicamente que la belleza obtenida en el arte es fruto del desarrollo de una técnica en constante intento de perfección humana. Félix Grande asemeja la esencia del soneto al Universo basándose en una teoría del matemático René Thon que decía que en el Universo, todo lo que no es magia o ciencia es forma. Félix Grande nos explica que en el universo del soneto se reúnen magia, ciencia y forma. Y se hace una pregunta: ¿Tal vez en toda la poesía?¿Tal vez, me pregunto yo, no sea la belleza la que rige este universo de creación? Mi deducción no se basa, evidentemente, en un propósito positivista, pues intentar acometer tal empresa rebasaría los límites de la coherencia. Y es que la coherencia antropocéntrica es una actividad paradójica. El hombre es el centro pero siempre queda superado por su razón dogmática, el hombre es el único protagonista pero nunca cesa de improvisar, el hombre es el que establece las categorías y éstas no atienden nunca a un orden duradero. No podremos emprender definiciones constantes de conceptos que además de ciencia y de forma les constituye una cualidad mágica. Incluiría esta conclusión en el ámbito amplísimo de la metafísica. Las dos cuestiones principales que he abordado: la búsqueda de la definición de la belleza y la imposibilidad del arte de expresarla (o posibilidad efímera) por su continua desestructuración tienen un antecedente vital y metafísico: la sustancia indefinible de lo existente. No he formulado una crítica a la teoría estética -la cual defiendo y considero necesaria- pues nos servirá para comprender cuál es nuestra percepción o estimación de la belleza en un espacio temporal diacrónico y sincrónico. La teoría estética generalmente constata y estudia las evidencias de lo existente o especula con ellas pero no con la sustancia última que las constituye. Por eso el inagotable debate se inicia cuando nos planteamos si la belleza está en las cosas por sí mismas o atiende a la manera particular en que percibimos las cosas. Si nos alejamos de la realidad material, de lo empíricamente comprobable en la definición de lo bello nos adentramos sin remedio en el terreno de lo metafísico. Y en este terreno filosófico es en el que hay que saber habitar sin temor a sueños o razones dogmáticas, abiertos a ensayar sobre el ser de las cosas. ¿Qué es lo bello? Es una pregunta metafísica, luego no es posible obtener una constatación irrefutable. Pero sí es posible valorar la grandeza de la pregunta y estimar la amplitud de sus respuestas.

José Manuel Martínez Sánchez